lunes, 20 de noviembre de 2006

Desde la fe cristiana el trabajo a los niños les queda grande

Por Robert A. Bueno Ramos

En la realidad deprimente en que viven más de 5 millones de ciudadanos dominicanos se solapa el trayecto de desgracia para unos 436 mil niños y niñas que trabajan para hacer menos brutal su existencia y la de sus familiares. Este esfuerzo laboral, culturalmente ha sido aprobado como algo común y aceptable.

En nuestras calles caminan decenas de niños vendiendo golosinas, periódicos, frutas, entre otras cosas. Esas escenas cotidianas parecen no sorprendernos; y mucho menos nos inquieta que una familia amiga tenga una niña del campo para “ayudarla a estudiar”. Estas prácticas de trabajo infantil hacen que nuestros niños y niñas estén en lo que no le corresponde.

El drama de la niñez que trabaja es lo que nos mueve a revisar algunas ideas que tiene La Biblia y la tradición cristiana en cuanto al tema, para pensar algunas líneas pastorales en la dirección de no seguir tolerando el trabajo infantil.

Lo primero seria reconocer que todo niño es criatura de Dios, y como tal, es un ser humano completo. Que Dios es el dador de la vida, y que esta como don de Dios es digna y merecedora de todo respeto. Toda niña debe ser cuidada como regalo de Dios.
De hecho, en la tradición del Antiguo Testamento la niñez es vista con el paradigma del menor; como alguien falto de entendimiento y juicio. No desde la perspectiva del desarrollo humano que hoy tenemos.

En el contexto del Antiguo Testamento se entiende que los niños necesitan ser cuidados e instruidos rigurosamente (De ahí la recomendación de la vara para impulsar un carácter recto). La practica de cuidado e instrucción son partes esenciales del cuidado de la niñez, no obstante, debe ser realizada bajo el reconocimiento que el niño y la niña son poseedores de derecho como seres humanos.

En las culturas antiguas la perspectiva dominante era el no reconocimiento de esos derechos para las personas con minoría de edad, en el caso del antiguo Israel el varón al cumplir los 13 años se consideraba ya adulto. Las sociedades primitivas, y con fuerte acento patriarcal, necesitaban rápido incorporar al varón en las tareas agrícolas, de crianzas de animales y a la guerra.

Así que en la perspectiva de desarrollar una espiritualidad comprometida con los márgenes se recomendaba tener cuidado de los extranjeros, las viudas, leprosos y la niñez que en términos sociales eran grupos que carecían de respeto y consideración del mundo adulto masculino dominante de la época. La vision profética alterna consideraba siempre a un Dios acompañando a las personas de la periferia. En ese imaginario Dios prefería a los niños y niñas antes que al pueblo infiel y falto de vision.

En ese mundo el trabajo infantil estaba reducido al ámbito de tareas domesticas. La recolección de cosecha y la crianza de animales como tareas típicas. En el caso de los adolescentes varones la cuestión era diferente por que se le consideraba como adultos.

Como ya hemos señalado es en la imaginación de la tarea profética donde se comienza a trabajar a la niñez como símbolo de cercanía a Dios. Así que el profeta Isaías trabaja dos vertientes de esto que en los evangelios se convierte en central: Primera, la idea de que la niñez generara la posibilidad de reconciliación, y segunda, el símbolo de bienestar para niños y niñas en el proyecto futuro de Dios. En los evangelios, Jesús retoma esa corriente y pone a la niñez como modelo a partir de la lógica clave del proyecto de reino de Dios.

El reino es visto como un proyecto para acercar a los pequeños, a la gente que el poder establecido no concebiría como receptores de la gracia de Dios, de ahí que las metáforas del reino están salpicadas por la impronta de los niños y las niñas a quienes la cultura del mundo de Jesús los veía como torpes, ingenuos y faltos de capacidad. En definitiva el reino es un reino de al revés y no complace la lógica y expectativa de las visiones de mundo de los poderosos.

Esa mística de Jesús fue recorriendo los diversos movimientos proféticos que a través de los siglos de fe cristiana han pregonado ver a los niños y las niñas desde una perspectiva mas humana, y no como simple posesiones de los adultos varones. Esa vision superada con la fuerza de la razón ha hecho posible la lucha actual por la erradicación del trabajo infantil.

La persona seguidora de Jesús ve en esa fuerza profética el imaginario para desarrollar una comunidad que defienda la integridad de los niños facilitando facilitando espacios educativos para su formación integral. Esa perspectiva de que las niñas son modelos de las ciudadanas del reino nos invita a repensar las prácticas de abuso y explotación de la niñez.

Para romper con esta tradición de trabajo infantil se necesita una conversión profunda que inicia desde los hogares de quienes se ven tentado a usar niños en las tareas domesticas hasta el compromiso de grandes consorcios que se apoyan en el trabajo infantil para sacar mayores ganancias de su inversión de capital.

Sin duda la tarea mas urgente y prioritaria tanto para creyentes como para la iglesia es educar y orientar, como maestra de la vida, de que es intolerable que no se deje que los niños y niñas crezcan estudiando y preparándose para tener mejores oportunidades ya como jóvenes o personas adultas.

El trabajo es una creación de Dios. Los seres humanos como “hechuras de Dios” participan en la obra recreadora a través del trabajo.

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